"La herida es el lugar por donde entra la luz". Rumi
- Mireia Rodriguez
- 17 ago
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 29 ago
Rumi fue un místico sufí, poeta, teólogo y erudito islámico que vivió en el siglo XIII en lo que ahora son Afganistán y Turquía. Su enseñanza habla del amor divino, el anhelo de unión con lo sagrado y la transformación interna personal a través del dolor y la pérdida.
Creo que la sociedad en la que habitamos ahora va justo en la dirección contraria a la que esta cita trata de llevarnos. Nos asusta el dolor, la vulnerabilidad, el riesgo de sufrir. Nos esforzamos muchísimo en protegernos, en estar siempre bien, en que nadie nos atraviese el corazón.
Y para bien o para mal, nos guste o no, estar vivos implica estar expuestos al dolor. Somos seres vivos, sentimos, e igual que sentimos amor, sentimos dolor. Son las dos caras de la misma moneda, y evitar una implica perdernos también la otra. Y no hablo solo del amor de pareja o familiar hacia otra persona, hablo de un amor que va más allá de los cuerpos. Un amor hacia nosotros mismos, hacia el mundo que nos rodea, hacia todo lo tangible y lo intangible de nuestro presente, pasado y futuro.
En sesiones lo puedo ver todos los días: Esta dificultad que todos tenemos para sentarnos con nuestra herida.
Sentarnos con la herida, a un nivel metafórico quiere decir poder sentirla sin tener que hacer nada para solucionarla en el momento. Nos resistimos a quedarnos ahí unos minutos con nuestro dolor porque nos han enseñado que tenemos que arreglar las cosas, que tenemos que hacer siempre algo con ellas. Nos cuesta mucho sostener la incomodidad y la incertidumbre pero iremos mucho más lejos y más profundo si simplemente observamos y no hacemos nada. Es más sanador sentir y estar presente que solucionar y actuar cuando se trata de vulnerabilidad y dolor.

Es después de haber sido capaces de quedarnos ahí unos minutos, sintiendo el dolor del abandono, de la pérdida, de la soledad, de la incertidumbre, que podemos empezar a dejar entrar de nuevo la luz en nosotros.
Es detrás de eso tan incómodo y atemorizante que está el camino de sanación. Por supuesto que no se trata de quedarnos en la queja para siempre y mucho menos de buscar culpables. Se trata de poder sentir lo desagradable también para abrirnos a lo agradable de la vida. Se trata de poder convertirnos por unos minutos en los adultos que necesitábamos cuando esas heridas se crearon por primera vez y poder dejar todo lo demás a un lado para estar ahí para nosotros mismos. No abandonarnos haciendo o solucionando hacia fuera, sino sentándonos con nosotros a sentir y acompañarnos en lo que sea que esté pasando.
Rumi perdió a Shams de Tabriz, un derviche errante con el que entabló una fuerte amistad, y esta pérdida le llevó a volcar todo su dolor en una poesía mística que ha llegado hasta nuestros días. El hecho de que esta cita -que representó uno de los ejes fundamentales de su legado- fuera precisamente autobiográfica, muestra una vez más como la propia historia personal es la que ayuda a tejer la forma en que habitamos el mundo y el impacto que tenemos sobre los demás. Es decir: Las enseñanzas de Rumi y otros autores, que tanto han ayudado a millones de personas siglos y siglos después, no habrían existido si ellos no hubieran sentido dolor, pérdida, miedo, tristeza, rabia, y todo aquello que hoy en día tratamos de evitar.
Insisto en que no animo a vivir estancados en un rol de víctima ni a compadecernos de nosotros mismos eternamente. Actuaremos y solucionaremos, pero después de haber sentido.
Y el resultado, esa solución que viene detrás de haberse dejado sentir el dolor, será muy diferente, requerirá menos esfuerzo y dará lugar a una transformación profunda de nosotros mismos. La vulnerabilidad abre el corazón. Las grietas de nuestras heridas, en lugar de debilitarnos, son el lugar por donde entra la sabiduría y la conexión con el amor, y solo si nos atrevemos a ver de frente ese dolor, esas heridas, podremos ver también los regalos que nos trae la vida.
Y esto me lleva al arquetipo de Quirón, el sanador herido. Este centauro de la mitología griega sufrió primero la herida de abandono y rechazo de su madre y después una herida de flecha envenenada que no pudo curarse a sí mismo. Al ser inmortal, tuvo que aprender a convivir con el dolor insoportable de sus heridas y eso le convirtió en un ser empático y sabio que podía ayudar a sanar a los demás. Se dedicó a ser mentor y tutor de los grandes héroes de la mitología griega por su capacidad de ver y sostener el dolor ajeno, su compasión y su mirada amorosa hacia la vulnerabilidad.
El camino de la terapia no va de tapar o cerrar la herida, y mucho menos de pretender que desaparezca.
Va de poder verla y atenderla para poder desarrollar nuestra compasión, empatía y sabiduría. Quirón y Rumi nos enseñan que nuestras vulnerabilidades no son nuestras debilidades, sino el origen de nuestros mayores dones. La herida que nos duele es también la fuente de nuestra luz y la que nos permite reconocer y aliviar el dolor en el mundo.
Nota:
Este texto está inspirado en la cita que he elegido para la sección "Sobre mi" porque siento que representa de forma muy profunda mi forma de acompañar y también de estar en el mundo a un nivel más personal. Me costó años comprender que estar viva y sentir cosas bonitas tiene un "peaje", que es ser capaz de sostener también lo desagradable y doloroso sin caer en autocompadecerse. Es un arte encontrar esa fina línea que separa sentirse víctima de sentirse vulnerable y creo que ahí reside, en parte, el éxito de la terapia y de la vida plena.
Con amor, Mireia.




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